Abandonó la gran ciudad. Se fue a vivir a la Patagonia y con una golosina familiar conquistó a los mejores cocineros de la Argentina

“Nos vinimos a Villa La Angostura el 2 de noviembre de 2014. Y el mismo día que llegamos se largó una nevada terrible. Era plena primavera y acá se puso todo blanco, hermoso. Para mí fue como una señal, como un signo de que habíamos tomado la decisión correcta”, cuenta Facundo Milanessi, instalado hace ya siete años en ese pequeño pueblo paradisíaco del sur de la Argentina.

Chau a la ciudad, los bancos y la lógica urbana
Ese viaje en auto de 1600 kilómetros entre Buenos Aires y Neuquén fue mucho más que un simple cambio de paisajes y geografía. Significó realizar el clásico sueño que tantos deseamos pero que casi ninguno cumplimos: abandonar la gran ciudad, el tránsito de los autos, el smog y la infernal lógica urbana para instalarse en medio de los bosques patagónicos con vista al Nahuel Huapi. En el caso de Facundo el viaje marcó también un quiebre laboral: dejó el ambicioso mundo de las finanzas para arrancar de cero en gastronomía. “Soy el primer universitario de mi familia. Nací en Aldo Bonzi, en La Matanza. Ahí fui a la escuela y a la facultad, estudié la licenciatura en Comercio Internacional. Soy un poco nerd de los números”, cuenta.

Con apenas 18 años comenzó así una carrera ascendente en la estructura bancaria: trabajó primero en el Banco Hipotecario, donde arrancó como pasante y terminó como oficial de negocios. Luego se fue a otro banco y más tarde se independizó abriendo junto con un socio una comercializadora que atendía en exclusiva préstamos del Hipotecario. “Nos iba muy bien, abrimos dos sucursales, una en Morón, la otra en Ramos Mejía. Hasta que vino la crisis de 2009: de un día al otro dejaron de existir los prestamos y no teníamos nada para hacer. Era la primera vez en mi vida que me quedaba sin laburo”, recuerda.

Dicen que de las crisis salen las oportunidades. Es una de esas afirmaciones new age que en realidad nadie quisiera nunca tener que corroborar. Pero Facundo no tuvo opción: después de unos meses consiguió un nuevo trabajo en una consultora de normas ISO española. “Fue empezar desde abajo. Estuve cinco años hasta convertirme en gerente. Y de vuelta todo se derrumbó. En 2014 la casa matriz europea se fue a la quiebra y nos dejaron en la calle. Con mi mujer ya teníamos nuestros tres hijos, una estructura económica que requería de ingresos altos para seguir haciendo girar la rueda. Fueron momentos muy duros, muy tristes. Ahí tuve mi click: no quería empezar otra vez en Buenos Aires. Necesitaba irme”.

De gerente de multinacional a heladero en Bariloche
En unas semanas la decisión estaba tomada: gracias a un cuñado que vivía en Villa La Angostura consiguieron algunas entrevistas de trabajo. De ser gerente general de una multinacional, Facundo se postuló como heladero en El Bosque Chocolate, la heladería del pueblo. “Ni loco volvía a ponerme un traje y una corbata. Antes había estudiado en el Instituto Argentino de Gastronomía, sabía algo de cocina. También, por el trabajo con las normas ISO, conocía de inocuidad alimentaria y de procesos, dos temas que habíamos trabajado mucho en la consultora”.

Hay un sur real detrás de la postal turística. Un sur donde el frío se siente cada invierno, donde las distancias son largas y las amistades tardan más en hacerse. “Sí, es así, las personas tienden a ser como el clima. Pero tuvimos suerte. Primero en la heladería, luego empecé a trabajar en la casa de cambio del pueblo, y eso me permitió conocer a mucha gente muy rápido. Siendo un lugar que recibe turismo, en la calle me reconocían como el chico que les cambiaba los dólares. También empecé a dar clases de economía en un secundario. Y en 2019 hice mis primeras garrapiñadas”.

La idea de una golosina familiar
La idea nació como una golosina familiar: deliciosas garrapiñadas de semillas de girasol, de almendras, de maní, de nuez. Facundo las preparaba para sus chicos y para regalar a amigos. Una vez las publicó en su cuenta de Twitter y algunos seguidores quisieron comprárselas. “Todo se empezó a mover. Ahí me animé y fui a la municipalidad. Acá en la Villa hay una sala de elaboración comunitaria, un espacio con equipos y habilitaciones para que los vecinos puedan dar los primeros pasos de sus microemprendimientos. Así nació El Bocado: en esa cocina empecé a preparar las garrapiñadas y conseguí habilitar el producto a nivel local para poder venderlas”.

Parte del éxito de El Bocado se debe al manejo de las redes sociales, un lugar donde Facundo armó una comunidad de seguidores (30.000 en Twitter y 10.000 en Instagram). “Estando en Villa La Angostura, en un principio Twitter me daba compañía, era un modo de estar conectado. Y me encanta interactuar con otros, contestar cuando me preguntan. La pandemia potenció todo esto, los últimos 10.000 seguidores son de los últimos ocho meses. Lo importante es no engancharte con la parte oscura de Twitter, con el trolleo que no sirve para nada”.

Lo que arrancó como una diversión personal (las redes y también las garrapiñadas) hoy se unió para convertirse en un emprendimiento exitoso. A fines de 2020, El Bocado consiguió la habilitación nacional que le permitió llegar al mercado mayorista. “Ahora nos mudamos, abrimos un espacio con cocina propia y una tienda donde nos pueden venir a conocer y comprar. Estamos creciendo, recién presentamos nuestra línea de snacks salados, con semillas de girasol con ajo y romero, maní con mostaza y miel, almendra con merken, nuez con jengibre”.

Hace unos días el Cerro Bayo celebró Sabores que unen, la sexta edición del festival gastronómico de Villa La Angostura. Allí estuvieron algunos de los cocineros más reconocidos del país, un grupo de lujo compuesto por Germán Martitegui, Damián Betular, Christina Sunae, Gonzalo Aramburu y Lucas Olcese, cocinando junto a chefs locales. “Presenté mis productos y los eligieron para sus platos”, se emociona Facundo. “Martitegui usó las almendras con merken, Betular las garrapiñadas de girasol. Después en el cerro los pude conocer a ellos en persona y me felicitaron. Fue una locura, salí feliz como un nene”. Un nene de 43 años y ya muchas vidas a sus espaldas. De las oficinas bancarias a los bosques patagónicos. De las planillas de cálculo a caramelizar una nuez. De perder el trabajo a volver a vivir. De eso se trata El Bocado, uno de esos sueños que algunos logran hacer realidad.