Inteligencia adaptativa, la clave del éxito para los emprendedores

Derivado de la psicología positiva, el concepto alude a la capacidad para asumir los cambios con rapidez, tanto en el mundo empresario como a nivel personal.

Los homenajes que se sucedieron tras la muerte del astrofísico Stephen Hawking, tres semanas atrás, incluyeron rememorar algunas de sus frases más famosas, y también los paralelismos en su vida con la del científico Albert Einstein. Hawking sostuvo una vez que «la inteligencia es la habilidad de adaptarse al cambio». Einstein tuvo un concepto muy similar años antes (aunque hay quienes discuten si realmente lo dijo): «La medida de la inteligencia es la habilidad de cambiar».

Durante décadas, la aproximación más difundida para describir la inteligencia fue la del coeficiente intelectual (IQ, por su sigla en inglés), hasta que en los 90 irrumpió la noción de inteligencia emocional, de la mano de estudios y de best sellers como el de Daniel Goleman. La aceleración en la tasa de cambio que se experimenta en la actualidad y la necesidad de complementar las habilidades humanas con la inteligencia artificial de las máquinas hacen emerger con fuerza un nuevo paradigma: el de la inteligencia adaptativa, medida a través de un coeficiente de adaptación (AQ), un concepto aplicable a personas, empresas y hasta países.

«Si nos definimos por los títulos universitarios, nuestra experiencia laboral, el reconocimiento social, el puesto en un organigrama, estamos en un gran problema para adaptarnos a la era digital: ya el pasado no puede ser usado como punto de referencia para construir el futuro, las respuestas que acumulamos como personas y como sociedad están perdiendo validez», explica Ingrid Astiz, filósofa, programadora y fanática de las metodologías ágiles, que promueven herramientas para cambiar con mayor facilidad.

Astiz, que se mudó recientemente a Barcelona para un proyecto laboral, destaca que «para abrir la cabeza es necesario despojarnos de expectativas y autoexigencias, dejar que el futuro emerja: no podemos planificarlo, ni siquiera podemos imaginarlo con el pensamiento lineal, entonces necesitamos cambiar nuestra relación con el presente y con el futuro, aprender a adaptarnos a lo que sea y -al mismo tiempo- saber pivotear para crear oportunidades. Es decir, el AQ no es ser sumisos, sobreadaptarnos o resignarnos a lo que el mundo nos presenta, sino saber aceptar los hechos y hacer algo innovador con ellos. Es saber decir «sí, me adapto a esto nuevo» y también decir «no, esto no me gusta, esto lo quiero diferente, y haré lo que sea necesario para cambiarlo».

Con menos de 30 años, la ingeniera Luciana Reznik es la CEO de Wolox, una empresa de tecnología que impulsa una estructura horizontal de trabajo en equipo y aprovecha las metodologías ágiles. Al igual que Astiz, Reznik es una «superpivoteadora»: «Llamamos ?inteligencia adaptativa’ a la intersección entre la inteligencia intelectual que nos brinda análisis y racionalidad; la inteligencia emocional, que nos da propósito y sentido, y la inteligencia intuitiva, que nos da motivación y poder de ejecución», dice Reznik.

Para Reznik, «hoy ya no alcanza con tener una receta, haber leído un libro, memorizado fórmulas y aplicar estos conocimientos. Ahora, los seres humanos y las organizaciones pasamos a ser los encargados de seleccionar, interpretar y manejar la información, y nos comenzamos a diferenciar de las máquinas siendo los emocionales, los capaces de usar el contexto para hacer valoraciones y tomar acciones sobre la base de eso. La tecnología también va en el camino de la IA, en la que intersectan el juicio humano con la automatización hecha por las máquinas».

¿Cuán intensa es la aceleración del cambio que está volviendo a la inteligencia adaptativa más necesaria que nunca? Un par de datos para tener una idea: según el biólogo evolucionista australiano Michael Lee, que viene estudiando la velocidad del proceso de innovación, de aquí a fin de siglo irrumpirán no menos de 80 inventos disruptivos con impacto a la par de los antibióticos, la imprenta, los aviones o Internet.

Un mes atrás, la consultora Innosight reveló que la expectativa de vida de las empresas (medida como tiempo en el que se mantienen en el panel de S&P 500) bajó de 33 años en 1964 a 24 años en la actualidad y caerá -fundamentalmente debido al cambio tecnológico- a 12 años en 2028.

«La sensación es que la adaptación siempre llega tarde, como ocurre con el crecimiento de nuestros hijos», cuenta Mercedes Korin, experiodista y exconsultora en responsabilidad social empresaria que actualmente ayuda a superpivoteadores a navegar mares de cambio encrespados desde su empresa Modo Delta. «Cuando uno siente que empieza a entender a sus hijos o a establecer una lógica de relación con ellos, cambian de etapa y hay que volver a empezar. Algo así sucede con la tecnología: cuando por fin sentimos que la tenemos más o menos clara, todo vuelve a cambiar».

La buena noticia es que, al igual que en neurociencias, se enfatiza la existencia de la «neuroplasticidad», la inteligencia adaptativa también se puede ampliar y entrenar, como un músculo. Estos son los consejos más relevantes o sesiones de stretching que recogió LA NACION de algunos superpivoteadores:

Mala prensa: En el mundo laboral está mal visto cambiar seguido de opinión. La falta de convicción es percibida a menudo como una debilidad. «Pivotear tiene muy mala prensa, hay que luchar de entrada contra eso, porque está lleno de gente controladora», dice el arquitecto Damián Revelli, que fue dueño de bar, empleado, empresario y capacitador; y que vivió en Buenos Aires, Tucumán y Córdoba. Revelli no solo abraza el cambio desde su trayectoria profesional, sino que promueve la inteligencia adaptativa como «producto» desde su actual emprendimiento, Remodelatucasa, desde donde construye viviendas a medida y personalizadas. La receta de Revelli: abandonarse a la intuición, «el área donde está la información más pura».

Switchear personalidades: «Me había identificado fuertemente con ser ?lógica’ (trabajaba como programadora) y desconfiaba de todo lo que no pudiese organizar como un algoritmo», cuenta Ingrid Astiz. «Hasta que empecé a meditar y a darme cuenta de que mi mundo interior era más extenso de lo que yo podía intelectualizar, que las identificaciones no eran mi ser y que podía despegarme de ellas como de una prenda de vestir? De a poco empecé a permitirme descubrir otras posibilidades, a permitirme hacer ?cosas raras’, e incluso algunas locuras. Hoy creo que para la era digital es necesario contar con múltiples personalidades y poder switchear entre ellas con flexibilidad. Por ejemplo, para adaptarme a algunos cambios, le doy vacaciones a mi personalidad más estructurada mientras dejo a la aventurera que explore en libertad y a la sociable que teja nuevas relaciones. Para subirnos a la era digital, hay momentos en los que necesitamos ser un inconsciente, un temerario, para rechazar las respuestas del pasado y dar saltos de fe sin tener idea de qué pasará luego».

La importancia del eje: En sus múltiples procesos de metamorfosis (fue taxista, masajista y actualmente empresario de distintos rubros), Pablo Mas remarca la importancia de tener un centro o un ancla fuerte para poder pivotear sin perderse. «En mi caso ese centro me lo dio la práctica ininterrumpida de aikido, un arte marcial que tiene una base importante de adaptación y de herramientas para redireccionar lo que viene, algo que pasa todo el tiempo en la vida», cuenta Mas, que meses atrás lanzó en Belgrano Multiespacio27, un lugar abierto para distintos tipos de eventos y combinaciones. En este caso, el arte marcial además de constituir un «centro» resultó un dispositivo de alivio de estrés. «En situaciones que requieren un gran esfuerzo de adaptación, hay que buscar mecanismos que oxigenen, como hacer deporte, un hobby, dormir una siesta, poner los pies sobre el pasto», dice Korin. «Las y los superpivoteadores no dicen: ?Cuando logre haberme adaptado voy a buscar un dispositivo que me alivie’, sino que lo buscan y lo activan durante la adaptación, porque tienen conciencia de que ello suma».

Luz, cámara, acción: Korin agrega que un error habitual en procesos de cambio es esperar un disparador para arrancar. «Las personas con alto coeficiente de adaptación, más que buscar un activador, empiezan a actuar y su lógica es ?vamos viendo’. Así como se hace camino al andar, es en la acción (y no en el devaneo mental acerca de cómo debería ser esa acción) donde se va rumbeando, corrigiendo y ajustando», remarca. «No ocultan su temor bajo obstaculizadores disfrazados de mesura, del estilo: ?Estoy pésimo en mi trabajo, pero hasta que no termine la tesis no voy a buscar otra cosa’, y por ahí falta un año de cursada y otro de tesis».

Alianzas livianas: La inteligencia adaptativa también está asociada a cierto tipo de relación con los otros. Korin las llama «alianzas livianas», en las cuales se cuenta con otros para entender mejor una situación y trazar soluciones, y no se siente que se pierde si el otro lo cuestiona. Para Astiz, es fundamental «dejarnos transformar por redes internacionales con alto grado de AQ. Desde 2009 que formo parte de la comunidad de metodologías ágiles en desarrollo de software. Se trata de una red de personas de diferentes países con altos niveles de confianza y colaboración, y además vamos trabajando en equipo, nos cuestionamos, nos adaptamos, generamos transformaciones. Quienes no tengan una red similar, les recomiendo que busquen alguna para integrarse. En el mundo digital no hay fronteras, ni nacionalidades, entonces necesitamos ir más allá de nuestra perspectiva territorial, conocer otras formas de pensar y trabajar en equipos multidisciplinarios».

Nuevas mediciones

En un futuro cercano, el «coeficiente de adaptación» requerirá nuevas formas de medición, tanto para personas como para empresas o países, sostiene Natalie Fratto, vicepresidenta de SVB Financial Group.

A nivel estatal, las sociedades nórdicas promueven políticas públicas con un alto coeficiente de adaptación. En una reciente nota de The New York Times, el ministro de Trabajo sueco comentaba: «Muchos empleos están desapareciendo, y nosotros facilitamos entrenamiento y contención social para que las personas encuentren una nueva ocupación. No protegemos los empleos, pero protegemos a los trabajadores». En otros países de Europa, en los EE.UU. y en América Latina, los incentivos son los contrarios.

En la literatura de cambio empresarial hay numerosos casos de firmas con alto AQ, que supieron pivotear a tiempo en épocas de aguas turbulentas. WPP, el megagrupo de comunicación, nació como una compañía de venta de plásticos. Bob Greemberg, el presidente de RG/A (una firma de innovación digital), reinventa su empresa cada nueve años: empezó haciendo títulos animados para películas de Hollywood. En la Argentina, el unicornio Globant se define como una «empresa plastilina», que fue cambiando su foco inicial hasta superar los mil millones de dólares de valuación. Y en su momento FATE pasó de la construcción de neumáticos a calculadoras y luego a aluminio. Fratto especula con que de aquí a pocos años habrá tests estandarizados de capacidad de adaptación, que serán los que más ponderarán a la hora de conseguir un trabajo o financiamiento para un proyecto. Tal vez -imagina-, en un futuro tipo Black Mirror, los médicos prescribirán neuroestimuladores que permitirán que aumentemos nuestro AQ de manera artificial.

Es que a veces la voluntad no alcanza, y la economía del comportamiento acumula cientos de estudios que muestran lo poderoso que es el «sesgo al statu quo» o la resistencia al cambio. «Aunque los humanos somos la especie que más diversidad de cambios estratégicos tenemos a nuestra disposición, a menudo preferimos la certidumbre de lo obsoleto (lo malo conocido), como si sostener la falta de cambio no tuviese un costo», explica Korin. «Hay un lugar -agrega- de alta certidumbre: el fondo de una fosa marina, o sea, el fondo del mar: total certidumbre porque no varía la luz ni la temperatura. Pero si estamos allí nos encontramos en un lugar frío y oscuro. En la superficie, en cambio, hay variación de luz y de temperatura, favorecedoras de la vida».

FUENTE: LA NACION