Hasta hace muy poco tiempo los únicos dispositivos conectados a Internet eran las computadoras. Y toda la información disponible en la Red era generada por los seres humanos, usuarios de esas computadoras. En los últimos años, con el rápido crecimiento de los smartphones, el número de aparatos conectados creció significativamente. Pero en este momento el proceso se está disparando. Cada vez nos encontramos con más y más dispositivos conectados: sistemas de monitoreo de video, medidores del estado del tránsito, Smart TV, sensores climáticos, monitores de salud personales, y como conté en este espacio hace unos meses, pronto cualquier otra cosa, desde una heladera hasta un inodoro.
Aumentar el número de dispositivos conectados a la red genera un cambio más profundo de lo que parece a simple vista: el volumen de información generada crece de manera exponencial y repentinamente la abrumadora mayoría de los datos disponible son generados por cosas y no por personas. Los primeros sensores simplemente recopilaban mediciones. La segunda generación incorporó conectividad a la Red y a otros sensores. El desafío con el que estamos lidiando actualmente pasa por construir la tercera camada, una que pueda también hallar patrones y gatillar alertas y acciones en consecuencia. Combinando herramientas de análisis de grandes volúmenes de datos (las tecnologías conocidas como Big Data) con algoritmos de Inteligencia Artificial ya no necesitaremos ser nosotros quienes interpretemos los datos para obtener información y definir los pasos a seguir. Podemos empezar a darles cierto grado de capacidad de decidir a los propios objetos, sin intervención humana.
El concepto Internet de las cosas se refiere a la transformación que surge cuando los objetos y aparatos ganan esta autonomía y dialogan entre sí. Pensemos un ejemplo: nos vamos a dormir y programamos nuestro despertador a las 7, con tiempo de bañarnos y desayunar para llegar a una reunión a las 8.30. Sin embargo, mientras estamos dormidos, llega un mail atrasando la reunión una hora. Nuestra computadora avisa al despertador que podemos dormir un poco más, a la cafetera que retrase la preparación del café, al auto que encienda su motor y la caldera calefaccione el agua para la ducha unos minutos más tarde. Sin embargo, a las 5.30 los sensores meteorológicos detectan el inicio de una lluvia. Nuestra computadora queda en modo de alerta, revisando los sensores de tránsito para detectar si se están generando demoras anormales y decide despertarnos 7 minutos antes de lo previsto, en el momento en que nuestra pulsera de monitoreo de sueño le informa que estamos en una fase de sueño liviano.
Si bien esta Internet de las cosas todavía parece ciencia ficción, la infraestructura necesaria para hacer realidad este ejemplo se está construyendo: nuevos sensores se agregan cada día a nuestros teléfonos, casas, autos, calles y hasta en nuestras ropas. El principal cuello de botella actual es la conectividad. Mientras nuestro país todavía no completa su transición a 4G, el mundo se prepara para el 5G, que permitirá pasar de mil conexiones por antena a más de un millón, dando además mucho más ancho de banda a cada una.
¿Delegar más y más decisiones e inteligencia en los objetos nos hará menos inteligentes a nosotros? Sin duda este cambio nos permitirá vivir en entornos más previsibles, más eficientes, más armónicos. Pero el precio quizá sea perder algo de esa falibilidad, esa improvisación, que nos hace a los humanos ser justamente lo humanos que somos.